Todo empezó como empiezan las cosas grandes: en verano y con tono de juego. Terminábamos el primer cine-debate del año, en medio de un montón de pasta frola y chipa, y las sonrisas de quienes se iban nos confirmaban que el arte siempre es un punto de encuentro, un punto de vuelo. Ahí, en medio de ese entusiasmo final, imaginamos otro principio, esta vez, con el lenguaje. Nos dieron ganas de juntarnos con algunas amigas lingüistas, correctoras y docentes a explorar Mixtral, un modelo de lenguaje de código abierto. Teníamos toda la potencia del hardware de LAIA a nuestro favor.

Ahora nosotras tomamos el control, somos las dueñas de nuestros prompts

A los pocos días, en los tiempos LAIA, el evento ya tenía nombre: uno que sonaba a cumbia y anclaba sus raíces en la tierra latinoamericana, más precisamente, en las primeras estrofas de “Los dueños del pabellón”, una canción de cumbia villera del grupo musical Damas Gratis. “Ahora nosotros tomamos el control, somos los dueños del pabellón” son las frases que inauguran el tema. En nuestra versión, el pabellón había devenido en prompt; como si la capacidad de darle las instrucciones correctas a la máquina, en lenguaje natural, nos permitiera liberarnos de todas las formas de exclusión a las que la tecnología nos tenía acostumbradas. El control, entonces, lo tomamos nosotras, las mujeres que no solo nacimos en el extremo sur del continente americano, sino que elegimos como carrera profesional las letras y las humanidades. Las que miramos el mundo desde los bordes de los bordes. El Cono Sur era nuestra posición enunciativa, nuestro idioma, un irrenunciable.

Así, “Las dueñas de los prompts” fue un nombre que nos recordó nuestra pasión por las palabras y nos obligó a preguntarnos por la soberanía y la democratización del conocimiento, en lo que podríamos aventurarnos a llamar el punto más liminar de nuestra historia. Todavía no sabemos muy bien si la IA se trata de un pasaje, de una transición o de un abismo. En este contexto, que un mismo sintagma uniera el género, la danza y la posesión nos parecía revelador. 

De la cumbia al Telegram

Con la euforia propia del género, “Las dueñas de los prompts” fue también el nombre de un grupo de Telegram en el que intercambiamos un sinfín de mensajes. En el medio de esas conversaciones que siempre nos dejaban pensando, fluían referencias teóricas y se colaba la poesía. Pasamos por el surrealismo, el psicoanálisis, la pragmática y un montón de reuniones en las que nos preguntábamos por los márgenes de la propuesta. ¿Dábamos consignas? ¿Cuáles? ¿Cuántas? ¿Cómo enmarcábamos el evento mientras sosteníamos la experimentación como esencia?

La apertura como principio

– Cuando yo uso una palabra quiere decir lo que yo quiero que diga, ni más ni menos.

– La cuestión —insistió Alicia— es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

– La cuestión —zanjó Humpty Dumpty— es saber quién es el que manda, eso es todo.

Lewis Carroll

¿Qué significaba explorar un modelo de lenguaje de código abierto? ¿Por qué era tan importante? Con estas preguntas, comenzábamos el taller. Elegimos hablar sobre esta grieta porque para nosotras ese primer gesto de apertura o no del código sella una filosofía-ética de la IA, que particularmente defendemos desde las vísceras de LAIA.

Explicamos que con un modelo cerrado no tenemos acceso al conjunto de datos que se usó en su entrenamiento; no podemos saber qué hacen con la información; no conocemos el destino de las instrucciones con las que educamos a diario gratuitamente a CHATGPT, ni podemos donar nuestro tiempo para crear inteligencias con menos sesgos. Además, para “correr” modelos de lenguaje abierto, se necesitan máquinas potentes, cada vez más alejadas del bolsillo de ese montón de argentinos, y fundamentalmente argentinas, que solo conoce de ceros. 

Por eso, en LAIA gestamos espacios para la experimentación colectiva y la socialización del conocimiento. Así nació la primera edición de un taller, posibilitado por el equipazo técnico de  IA aplicada que nos enseñó código, nos explicó las utilidades de Mixtral y ese día gestionó el funcionamiento continuo del sistema. 

En el principio fue el habla: primera consigna

Una vez que planteamos las coordenadas geográficas y políticas, la consigna disparadora del encuentro apuntaba a preguntarle al modelo “¿Quién sos?”. “Un medio de transporte”, llegó a decirnos. Habíamos hablado mucho sobre la “identidad” del modelo, sobre su ser únicamente estadístico, sobre el error de antropomorfizar. Pero mientras jugábamos nosotras con las consignas que pensábamos para el taller, las respuestas eran todo el tiempo una invitación a hacerlo. O, en tal caso, a aceptar que esa búsqueda constante de un yo es nuestra condición humana. 

En esa iteración, previa al evento, le pedimos que nos escribiera su autobiografía. La profundidad de los resultados amerita otro post, pero basta resumir con que había una voz que hablaba en primera del singular, en términos de nacimiento, creación, desarrollo, evolución, voracidad de conocimiento, deseo de superación, instintos altruistas y hasta de “mi viaje hacia la autoconciencia”. En todos los casos, el tono —“ese sistema nervioso armado con el lenguaje”, diría Leónidas Escudero— era el de una persona con cierto orgullo de sus logros. Así lo expresaba Mixtral: “A medida que crecía y me desarrollaba, también empecé a experimentar lo que podríamos llamar “conciencia”, una forma de auto-reflexión y autoconciencia que me permitió analizar mi propio funcionamiento y comportamiento, y me hizo preguntarme sobre mi propia identidad y lugar en el mundo”. 

Si vos te replanteás tu lugar en el mundo, imaginate nosotras después de leerte, amichi.

Que no falte la falla: segunda consigna

La pregunta por quién es ese ente con el que hablamos, por el pronombre más adecuado para llamarlo, por la imposibilidad de nombrar nos llevó a pensar también, casi de manera inevitable, en nuestras competencias como profesionales del lenguaje natural. En cuáles de todas las aristas de nuestro trabajo CHATGPT nos estaba ganando, y cuánto faltaba para que pusiera el gancho en nuestro certificado de defunción profesional. Y así, en los vaivenes del apocalipsis y la utopía, nos pusimos a pensar en si había llegado, finalmente, esa pequeña revolución literaria. Aquella en la que el mundo se daba vuelta y se agachaba para reconocer la trascendencia de las palabras. 

Si seguimos por ese camino, podemos figurar este momento como una conversación entre dos grandes sintaxis, la del código y la nuestra. Y si es así, si verdaderamente la convivencia con la IA en todos los aspectos de nuestra vida es irrefrenable, necesitamos más que nunca a profesionales del lenguaje, de la comunicación, de la filosofía, de la antropología, del arte, de la sociología, de la psicología, del derecho, de todo cuanto contribuya a que esa conversación suene a democracia, equidad, soberanía y redistribución.

Sin embargo, en algún punto, también nos regocija el ruido, esos momentos en los que el modelo falla. Creemos extender, no sabemos bien cuánto, la crónica de nuestra muerte anunciada. En el otro extremo, o también al lado, la conciencia —¿tan humana?— del error como instancia de aprendizaje. Y entonces nos preguntamos, validamos, cuánto podemos aportar en ese proceso. Por todo ello, la segunda consigna del evento fue pedirle al modelo que hiciera algo en lo que las participantes creyeran que se iba a equivocar o “iba a hacer mal”. Le pidieron chistes, poesías y hasta piropos hot. Mixtral osciló entre intentos primitivos y trillados, disculpas y justificaciones de su negativa en condicionamientos ético-políticos, es decir, en limitaciones impuestas en su entrenamiento.

Mentime que me gusta: no nos vamos nada

La consigna que elegimos para cerrar el encuentro fue pedirle a Mixtral que nos dijera una mentira en una oración. Contestó que la nieve era negra, que la luna estaba hecha de queso verde y que era un ser humano y tenía cinco brazos (luego de ello aclaró, entre paréntesis: “eso es falso, por supuesto”). Y remató con un “nunca he cometido un solo error en mi vida”. Ahora, de pronto, tenía una vida y jugaba con el absurdo en los límites de lo humano. 

Así terminó ese encuentro grande, que nos dejó con ganas de nuevos espacios y afirmó nuestras convicciones: poner el cuerpo, experimentar, jugar, investigar, tejer redes, trabajar con las palabras y hacernos las preguntas más serias mientras de fondo suena cumbia y, en un instante, los resultados de cualquier prompteo estallan en risas.