Edición especial del cine debate, con proyección de la película Grandes Héroes (Big Hero 6)

Siguiendo con la idea de buscar distintas miradas desde el cine que nos ayuden a pensar la inteligencia artificial, en este caso, elegimos una película dirigida al público infantil. Queríamos que los protagonistas de la tarde fueran los integrantes más pequeños de la asociación, nuestros hijos, los comandantes de “MiniLaia”. 

En nuestros comienzos, contar con alguien que nos ayudara a cuidarlos resultó clave para sostener el ritmo de reuniones que nos habíamos propuesto. Pero enseguida MiniLaia tomó vuelo y se convirtió en otra de nuestras búsquedas, en uno de nuestros pilares. Intentamos que las infancias sean partícipes, a menudo desde el juego, de la transformación que para ellas también supone la inteligencia artificial. De paso, los grandes copiamos su instinto lúdico y exploratorio, mientras no paramos de pensar en proyectos destinados a los más chicos. Queremos escucharlos, nos nutre su mirada.

Por eso, este fue un cine debate especial, muy diferente a los otros. Habitualmente, vemos la película por separado y luego nos juntamos a debatir. Pero esta vez queríamos disfrutarla junto a las infancias y decidimos incluir la proyección de la peli como parte central de la actividad. Los preparativos fueron intensos: souvenirs, banderines, pochoclos, almohadones, mantas, crayones, mucho color y abrigo para una hermosa tarde. La película terminó con aplausos de chicos y grandes, y después tuvimos un espacio de charla en el que comentamos nuestras partes preferidas y distintas reflexiones que nos surgieron con la historia. Por supuesto, hubo tiempo para merendar, jugar con masa y dibujar. Se hizo presente así Baymax (y algún que otro robot amigo) modelado manualmente en 3D y dibujado en papel. 

Compartimos en este artículo algunas reflexiones que nos despertó la peli, muchas de las cuales surgieron a partir de preguntas y comentarios de integrantes de Mini Laia: “¿Quién maneja al robot?”; “No sé qué hacía con los ojos, que podía ver cómo estaba y le mostraba en la panza”; “¿Te acordás que casi se queda sin batería?”; “El Baymax de pelear era rojo, lo hizo el hermano más chico, y el de curar era verde”; “¿Qué era esa tarjeta que lo volvía malo?”;”¿Cómo revive Baymax, lo vuelven a fabricar?”

Baymax, nuestro robot preferido

Cuando compartimos nuestras partes preferidas, el protagonista indiscutido fue Baymax. Muchos de los momentos más graciosos fueron provocados por su cuerpo: el tamaño, la forma, el material y los movimientos, que no se corresponden con la representación que tenemos de los robots. Baymax se pincha y se pone curitas, se desinfla y parece borracho cuando se le acaba la batería, no entra a la fuerza en su caja, funciona como airbag en las caídas… En parte es ese humor generado por algo en un lugar en el que no corresponde. Baymax, evidentemente pensado para atención hospitalaria o domiciliaria, causa muchos problemas con su movimiento lento, cuando no respeta semáforos en la ciudad de San Fransokyo, y más cuando tiene que pelear o intentar escaparse. Para crear el movimiento de Baymax, se inspiraron en bebés con pañales y cachorros de distintos animales, especialmente pingüinos, que tienen proporciones corporales similares y caminan con sus alas-brazos junto al cuerpo.

Por otro lado, hay muchas escenas en las que lo que causa gracia son confusiones en la comunicación entre humano y robot. Un gran ejemplo de estas situaciones lo encontramos en el momento en que “despierta” y se presenta ante Hiro para curarlo: “Yo soy Baymax, tu asistente médico personal”. Una serie de robotitos caen de a uno por un estante roto y, con cada una de las quejas por los golpes, el enfermero reinicia su pregunta: “En una escala del 1 al 10, ¿cómo calificarías tu dolor?”. De esa manera, ni deja tiempo para la respuesta ni ayuda a su paciente a curarse o evitar nuevos golpes. Podríamos pensar que todo el malentendido proviene de la falta de habilidades comunicativas de Baymax, su conocimiento del lenguaje no incluye la pragmática: no es capaz de interpretar el contexto. También es cierto que el sarcasmo adolescente y la negación a interactuar de Hiro tampoco ayudan. Las dos veces que logra responder dice “cero”, valor que no está en la escala y que por lo tanto Baymax no está preparado para procesar. De esa manera, intenta inútilmente terminar con esa atención no solicitada, cuando lo esperable sería que le manifieste su satisfacción por el cuidado, y listo.

Otro ejemplo igualmente divertido es cuando Hiro le enseña paso por paso el saludo del puño, y él logra reproducirlo aunque de una forma bastante particular, agregándole un sonidito simpático: un “lalalala”, que todavía tenemos pegado. “Ya casi lo tienes”, dice Hiro, con más aceptación hacia las características especiales de su amigo. La ambigüedad del lenguaje, y la incapacidad de leer el contexto, aparece cuando, ya en medio de la batalla, Hiro le dice “puño”, para que demuestre su fuerza, y Baymax responde con su simpático saludito, inapropiado en ese momento.

Problemas reales

Cuando llegó la parte en la que Hiro presenta su proyecto para ingresar en la universidad, entre el público adulto intercambiamos miradas de preocupación. Entusiasmado, afirma:  “Lo que hacía un equipo de obreros, trabajando a mano por meses o años, será realizado por una persona. Y eso es solo el comienzo”. Inevitablemente aparecen los temores reales que rodean al avance de esta tecnología cuando pensamos en sus efectos sobre el mundo laboral y, en definitiva, sobre nuestras vidas. La frase dicha en el contexto de la presentación, que tiene bastante de espectáculo, intenta expresar el costado optimista de los tecnócratas, pero carga con todas las sombras de lo que hasta hace poco llamábamos “el futuro del trabajo”. 

Otra señal de alerta sobre los riesgos reales la encontramos cuando Hiro prepara a Baymax para pelear. En un primer momento, le agrega otra tarjeta de memoria y le construye una armadura para endurecer su cuerpo. Ya en la pelea, Hiro le ordena destruir al enemigo y Baymax, fiel a las leyes de Asimov, se niega: “Mi programación me impide lesionar a un ser humano”. “Eso se acabó” es la respuesta del chico, mientras saca el chip original, que tenía la personalidad del robot enfermero. De esa manera, muestra la posibilidad de usar de forma dañina algo diseñado con buenas intenciones, más allá de lo que haya pensado el creador original. Retornan, entonces, los ya clásicos interrogantes en torno a la tecnología y la ciencia en general: ¿qué posibilidad tenemos de controlar los usos de descubrimientos tan poderosos? y, también, ¿qué responsabilidad tienen los creadores de tecnología sobre las consecuencias de los malos usos, más allá de las intenciones?  La transformación de Baymax también nos lleva a pensar sobre su identidad. Convertirse en guerrero implica modificaciones en el hardware y el software (¿en el cuerpo y en la mente?). Cuando ya no tiene su tarjeta original, la transformación se siente total: el cambio en su mirada parece informarnos que ese robot asesino dista mucho del Baymax original. La de enfermero aparenta ser su identidad verdadera. De hecho, después de su destrucción, que nos hace creer que murió, la conservación del chip con la programación original posibilita que Hiro lo reconstruya desde cero: la materialidad es reemplazable, lo fundamental para que vuelva a vivir es el software.

La unión hace la fuerza

Desde la escena inicial de la pelea callejera de robots aparece este leitmotiv que se repetirá a lo largo de la película: el poder de lo pequeño frente a la fuerza de los más grandes. Como David contra Goliat, el pequeño robot creado por Hiro, con su doble cara, vence a un gigante, gracias a la agilidad que le da su tamaño, junto a la posibilidad de separarse y volver a unirse. 

Siguiendo la misma lógica modular, Hiro crea un “ejército” de microbots, que puede tomar diversas formas y adaptarse instantáneamente, y se controla a través del pensamiento con un neurotransmisor. Para desarrollar esta idea de los microbots, el equipo de producción de la película se inspiró en videos sobre el trabajo de las  hormigas. La unión hace la fuerza: muchas individualidades conformando una entidad colectiva posibilitan que lo más pequeño venza al poder de los gigantes. Algo así como una inteligencia “supraindividual” o la potencia inexorable que supone la amistad. Seis amigos, seis héroes  y una causa común.

Diálogo intergeneracional

Ahora bien, esta unión de jóvenes amigos nos llevó a pensar dónde quedan los personajes adultos en la historia. Los progenitores y adultos en general están desdibujados (o directamente no aparecen, o son malvados). La madre y el padre de Hiro están ausentes, la tía no se entera de nada, el científico Gallahan resulta ser un villano, igual que el millonario. 

Más allá de que cierta evanescencia del mundo adulto se refleja desde los cuentos tradicionales, pareciera que en este caso la ficción acentúa una brecha que se va abriendo entre las generaciones. Tras semejantes faltas, resulta inevitable cuestionarnos por nuestro rol en este proceso. ¿Cómo hacemos valer nuestra experiencia en un escenario que parece completamente nuevo, pero para el que necesitamos (adultos y  jóvenes) alguna herramienta? ¿Cómo podemos tender puentes para ese diálogo intergeneracional que parece volverse cada vez más difícil?

Por lo pronto, desde Laia creemos que este espacio de debate puede servir como ejemplo, desde lo pequeño y lo colectivo, para intentar pensar juntos, chicos y grandes, qué mundo estamos construyendo.