Para el último cine debate vimos Blade Runner, clásico con el que nacía una forma de imaginación futurista, con la ciudad iluminada por luces de neón, que llegaría hasta el ciberpunk. En 1982 ese 2019 sonaba a un futuro muy lejano y, ahora que ya dejamos atrás esa fecha, la comparación con lo que realmente sucedió aparece inevitablemente en la charla.
Una escena muy interesante en ese sentido es la partida de ajedrez entre Tyrell y J.F. Sebastian, en la que termina ganando el replicante Roy. Recordamos el hito que marcó Deep Blue al vencer a Kaspárov en 1997. En la actualidad parece tan obvio que una computadora con mayor capacidad de procesamiento puede vencer a cualquier humano, que resulta difícil imaginar cómo se vería esa escena en los 80. Pensamos qué cosas en las que ahora nos parece imposible que la IA supere a la humanidad podrían verse así de ridículas en el futuro, qué actividades ahora vemos como propias de la inteligencia humana y quizás sigan el camino del ajedrez.
También nos llamó la atención el modo de imaginar las telecomunicaciones: la película acierta al plantear videollamadas, pero se realizan desde cabinas públicas, en un mundo que no conoce los celulares. Nuestro primer comentario apuntó a cómo la peli no acertó en eso; pero, reflexionando, pensamos en que no sería imposible (incluso nos preguntamos si no sería deseable…) el regreso de algo parecido a los teléfonos públicos en el futuro, como forma de tener comunicaciones no controladas. Ahí la charla derivó en cómo, a pesar de lo que indica el sentido común, los avances tecnológicos no son para nada lineales. Como ejemplo curioso alguien mencionó que en Japón sigue siendo muy utilizado el fax, y nos lamentamos de varios aparatos tecnológicos que el sistema dejó obsoletos, aunque en realidad funcionaban muy bien.
Humanos o replicantes
En el mundo imaginado por Philip K. Dick en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) no se habla de “replicantes”, sino, obviamente, de androides. El término “replicante”, que proviene de la replicación de ADN cuando una célula se divide, fue sugerido por la hija de uno de los guionistas, estudiante de Biología. En la creación de estos seres, aparece, además de la programación, la manipulación genética.
Al tener un cuerpo orgánico, la similitud con lo humano va un paso más allá que en la mayoría de relatos de ciencia ficción. Pero hay algo más que dificulta (o imposibilita) la distinción, y es que poseen una memoria implantada que los hace estar convencidos de que son humanos. Esta memoria artificial termina de desdibujar el límite entre la identidad de replicantes y humanos. Durante nuestra charla mencionamos la escena en la que Rachael recuerda clases de piano, y a pesar de no estar segura de si esos recuerdos son verdaderos o falsos, vemos que sí sabe tocar.
El test de Voight-Kampff, versión ficcional del test de Turing con el que detectan replicantes, pierde eficacia a medida que los androides desarrollan emociones más complejas. La solución parece ser agregar preguntas, extenderlo, pero obviamente eso no parece muy confiable. De hecho, uno de los grandes debates sobre la peli en los que aún hoy no se llega a un acuerdo tiene que ver con la identidad de Deckard. En nuestra charla fuimos reconstruyendo posibles guiños que no dejan muchas dudas sobre esa identidad: las fotos que parece mirar con nostalgia y que al principio de la película actúan como una prueba implícita de su humanidad, de su origen en una familia, los origamis que van apareciendo en distintas escenas…
Sobre el nombre “replicante” pensamos también en la ambivalencia de significado en la idea de réplica. Por un lado, señala el carácter de copia: podemos pensarlos como réplicas exactas de los humanos. Pero, a su vez, pensamos en la idea de réplica en tanto respuesta, habitualmente asociada a oponerse a lo dicho por otro, aunque en el diccionario también aparece la acepción “repetir lo que se ha dicho”.
Hablamos mucho de cómo aprenden copiando a los humanos, repitiendo lo que les dicen en un principio como si fuera un eco, aparentemente sin que haya una comprensión o sentimiento atrás. Nos detuvimos en la escena en la que Deckard no deja ir a Rachael, que no sabemos cómo se vería en los 80 pero ahora se ve muy violenta. Además, siguiendo con la confusión entre ser y parecer, algunos habían leído en la trivia que esa violencia, de hecho, estaba presente en el set de filmación. Nos resultó interesante pensar por qué él le hace repetir “besame”, “te deseo”, y qué le pasa a ella al repetirlo. Más allá de la primera impresión, la película parece mantener cierta ambigüedad acerca de si simplemente lo hace por obligación o, al momento de decirlo, está de algún modo aprendiendo, adquiriendo, un sentimiento por él, que después se va a volver real. La complejidad de definir si hay consentimiento aumenta por el hecho de que no se trata de una humana, aunque sí parece tener sentimientos.
Eugenesia para un mundo perfecto
Con el componente biomecánico de los replicantes, aparece tematizada la cuestión de la eugenesia y la búsqueda de “perfección”. La corporación Tyrell permite a sus clientes seleccionar el color de ojos de sus replicantes, y la conexión con el ideal ario está explicitada en la película. Esta posibilidad de diseñar seres humanos a medida, llevó la charla a los “avances” reales que parecen ir en ese sentido.
El monólogo final de Roy, en el que aparece la frase de la lágrima en la lluvia, muestra la profundidad de emociones y reflexiones que alcanzan los replicantes. Relata ahí todo lo que tuvo que ver, cosas que serían insoportables para un humano. Muestra cómo los humanos utilizan a los replicantes para realizar esas tareas, relegándolos al papel de trabajadores desechables. Acá hablamos de las cuestiones éticas que aparecen, y de cómo al desligarse de llevar a cabo ese trabajo sucio, también la humanidad intenta liberarse de la responsabilidad que implica.